Estados Unidos observaba la ebullición social hasta que Washington decidió enviar a la Argentina a un embajador Spruille Braden, con la instrucción de confrontar, en sintonía con los sectores conservadores del país, con la nueva fuerza política y social corporizada en la figura de Perón.
Surgió así la Unión Democrática, un nucleamiento político que tuvo su razón de ser en el enfrentamiento a Perón, desde la acción pública primero y, posteriormente, en las urnas. Sin embargo, esa fuerza nunca logró situarse como opción de la clase trabajadora que fue leal a Perón, ni conmover su base electoral, fuente de todo su poder.
Para octubre de 1945, Perón ocupaba simultáneamente tres cargos: vicepresidente de la Nación, subsecretario en el Ministerio de Guerra y titular del ya por entonces Ministerio de Trabajo y Previsión. Una componenda de sectores de la Marina y el Ejército (contralmirante Héctor Vernengo Lima, general Eduardo Ávalos) logró desalojarlo por la fuerza de todas aquellas funciones. Pero los hechos terminarían dando un vuelco histórico.
El miércoles 10 de octubre se le permitió a Perón hablar públicamente para despedirse de los trabajadores. Su emotivo discurso encontró eco en aquellos que sentían que quedaban desprotegidos. Al día siguiente, Perón solicitaba licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro.
El 12 de octubre, un mitín antiperonista en la Plaza San Martín que reclamaba la renuncia del presidente Edelmiro Farrell y el traspaso del gobierno a la Corte Suprema de Justicia, terminó en una batalla campal, que culminó con un muerto.
El día 13, Perón fue detenido y enviado a la Isla Martín García. La noticia de su confinamiento comenzó a movilizar a los gremios. Perón lograría que lo revise un médico que le diagnosticó un ataque de pleuresía, lo que a su vez derivó en gestiones para devolverlo al continente e internarlo en el Hospital Militar.
El 15 de octubre se informó oficialmente el traslado de Perón al hospital militar, hecho que ocurrirá 48 horas más tarde. Al día siguiente, en Berisso, los obreros del sindicato de la carne comenzaron una movilización primero hasta La Plata –donde hubo escaramuzas con los estudiantes universitarios antiperonistas– y luego hacia Avellaneda para cruzar a la Capital Federal en la madrugada del día siguiente. Allí y en miles de lugares del conurbano bonaerense la intención era la misma: ir al centro de Buenos Aires y exigir la libertad de Perón.
Los gremios reunidos en asamblea permanente convocaron a una huelga nacional revolucionaria con fecha miércoles 17 de octubre, que se iba a extender por 48 horas desde el primer minuto del día siguiente. Con la medida de fuerza lanzada, un clamor popular surcó el sur y el norte del Gran Buenos Aires.
El reclamo de los trabajadores provenientes de los suburbios en favor de la liberación del que consideraban su líder y en el que depositaban las esperanzas de un cambio trascendental, estaba lanzado sobre el epicentro de la Ciudad. Allí, por la lealtad del pueblo, en la medianoche del 17 de octubre, nacía una nueva Argentina.