Asesorada por un grupo en el que ahora confluyen el publicista Mario Russo y la diputada Claudia Rucci, Villarruel tiene por delante un desfiladero estrecho. Le quedan dos años largos en el cargo y puede ensayar distintas alternativas, ninguna demasiado agradable. La vicepresidenta puede emular a Carlos “Chacho” Alvarez y renunciar con algún tipo de argumento que asuma la imposibilidad de convivir con alguien que pasó de ubicarla como parte de la casta a señalarla abiertamente como traidora. Puede seguir el sendero de Julio Cobos que se marchitó después del voto no positivo y dedicarse a hibernar hasta 2027, en una posición por completo testimonial, que le impediría después reconstruir su carrera política. O puede sostener un enfrentamiento, a la espera de que el dólar siga subiendo y el gobierno se desgaste.
Villarruel repite su compromiso institucional pero está en un lugar expectante y ya anticipó que no se va a dejar atropellar. La variante que algunos analizan como la menos probable es, tal vez, la más peligrosa, la posibilidad de que Villarruel funcione como el vértice de una ofensiva que la ubique en el lugar que Michel Temer ocupó hace casi 10 años en Brasil, cuando el llamado Centrao se plegó al impeachment y puso un temprano fin al gobierno de Dilma Rousseff. El contexto y las tradiciones son distintas. Rousseff iba por su segundo mandato y la alianza entre el PT y el MDB reunía a actores de otro tipo. Pero fue el centro el que definió la suerte de la sucesora de Lula y dio un golpe institucional. La semana pasada, fueron los gobernadores aliados los que decidieron hacerle primero el vacío a Milei y después soltarle la mano en el Senado. Si los fantasmas de la crisis que rodean al experimento libertario desde que comenzó empiezan a ganar cuerpo y la falta de dólares impacta en la estabilidad del gobierno, la suerte de Villarruel puede ser la misma que la del presidente. De eso, dicen, se encargaría la hermana Karina, que la aborrece. Sin embargo, Villarruel cree tener una ventaja decisiva: las denuncias de corrupción y escandálos como los de Libra, de momento, no la rozan.
Milie y Villarruel son los nombres de una confluencia inédita entre distintas cepas de la gran familia de derecha en Argentina. El ex panelista es un outsider apadrinado por el poder económico que emergió de las ruinas del sistema político y reina en el caos de las nuevas subjetividades. Villlaruel tiene arraigo en la historia argentina, en el universo que se abre entre el nacionalismo, el partido militar y los sectores ultraconservadores de la Iglesia Católica. Como lo hizo explícito en su cuenta de Instagram, Villarruel está convencida de que sumó votos decisivos para la victoria de Milei en 2023 y cree que el resultado hubiera sido distinto si el ahora presidente elegía a una candidata de su entorno como Lilia Lemoine. En eso se parece más a Chacho que a Cobos. Pero los que conocen su personalidad dicen que jamás seguiría los pasos de antecesores de ese tipo. Por eso, apunta a resistir y tejer alianzas con sectores del peronismo de derecha. Es más proclive a hacer política y buscar acuerdos que los hermanos de gobierno. Su historia indica que no es de resignarse fácil y siempre está planeando su revancha.